lunes, 29 de marzo de 2010

La tarea

Mateo hace la tarea “como puedo, mamá”, me ataja. Yo paro. La maestra nos enseña (a los padres) que el primer grado debe hacerles sentir a los chicos que “pueden”, a su manera. Y yo estoy descubriendo la manera de mi hijo.
No pensé que me resultaría tan fuerte su escolaridad. Me impacta verlo crecer. Marcela, amiga y madre de tres chicos grandes, me cuenta que cuando los chicos crecen los padres comenzamos a reconocerlos con sus limitaciones y, también, con herramientas que desconocíamos. Lo cierto es que, aunque esté prevenida -me rodean amigas con hijos mas grandes que los míos- no deja de sorprenderme la autonomía que va cargando Mateo en su mochila: su mochila, no la mía.
Quizá todos estos años de escolaridad sean los necesarios para criarlos; también, para dejarlos ir. Una instancia que –imagino- a los padres de chicos pequeños se nos ocurre tan lejana como imposible. Pero ahí está. Esperándonos. Esperándolos. Y en hora buena.

lunes, 1 de marzo de 2010

Pensé que no iba a llorar

Le damos la bienvenida a la bandera, escuchamos las palabras del director, vemos distribuir a los alumnos en las aulas; entonces, la maestra nos dice “papás, los invito a despedirse de los chicos; después, pueden irse”. Nosotros la miramos con los ojos aún más abiertos que los de nuestros hijos y, esbozando la mejor sonrisa, nos quedábamos estáticos. Como si fuera posible presenciar cada uno de sus pequeños pasos, como si fuera posible ser parte y testigo de la vida que les pertenece.
Beso a Mateo, quien todavía necesita de mi mirada, de mi sonrisa, de mis dos pesos para el kiosco “por si tengo hambre, mamá”.
Mi hijo empezó primer grado y yo tengo un nudo en la garganta que ni siquiera desatan las palabras que escribo.